Un escenario como el que está viviendo el mundo en 2020 obliga a pensar en las alternativas que tiene para cubrirse de riesgos
Rafael Kruger
Uno de los mayores propósitos que tenemos los seres humanos es alcanzar las metas o los sueños que nos proponemos; que son el motivador más grande que tenemos para levantarnos cada día y enfrentar las adversidades o los retos que nos encontramos en el camino.
Construir un hogar, adquirir algunos bienes materiales, estudiar, desarrollar un emprendimiento, ser un ejecutivo en una organización, entregar bienestar a nuestras familias, dejar un legado; pueden ser parte de esa larga lista de objetivos a alcanzar.
Rara vez nos preguntamos ¿qué pasaría si por algún motivo ajeno a nuestra voluntad, algunos de estos sueños alcanzados desaparecen como por arte de magia? Esta pregunta nos lleva a la siguiente reflexión: ¿deberíamos considerar entonces en la definición de nuestros sueños, no solamente cómo alcanzarlos, sino cómo podemos hacer para que estos perduren en el tiempo?
La respuesta es ¡sí! Estamos en un mundo rodeados de riesgos, donde los actos de la naturaleza, de los seres humanos y nuestras propias acciones, pueden llegar a afectar la consolidación de nuestros sueños. Por eso es muy triste ver cómo objetivos ya alcanzados se diluyen en nuestras manos por falta de previsión.
Debemos reflexionar sobre la importancia de contar con un mapa de riesgo en nuestra vida, que nos permita poner sobre la mesa los riesgos que estamos asumiendo y si realmente somos conscientes de la magnitud que puede alcanzar la materialización de alguno de ellos. Este es el primer paso de cara a buscar herramientas o mecanismos que debamos incorporar para minimizar la exposición al riesgo.
Una situación como la que estamos viviendo en este 2020 nos hace más claro el panorama en el cual, aunque seamos el ser vivo más inteligente sobre la tierra, tengamos a nuestra disposición la última tecnología, estemos a la vanguardia de la interconectividad; aun así, somos vulnerables. Es una realidad que debemos afrontar y es importante hacer un alto en el camino, evaluar nuestro entorno y entender qué variables controlamos y cuáles otras deberíamos pensar en acudir a mecanismos de protección como lo puede ser un seguro.
Pero, ¿para qué un seguro? Culturalmente existen creencias colectivas que consideramos son suficientes para salir a enfrentar los diversos riesgos que nos acompañan en el día a día como gozar de buena suerte, el baño de las siete hierbas, una bendición o el simple hecho de pensar que las cosas negativas no nos suceden a nosotros.
Hemos escuchado muchas veces que tanto nuestro país como la mayor parte de los países de Latinoamérica, tienen una baja tasa de penetración en pólizas de seguros. Para Latinoamérica el indicador es del (3,2%) mientras que para Colombia es del (2,85%). Según las últimas cifras disponibles en Fasecolda, el porcentaje de participación de las primas de seguros sobre el PIB es bajo: (2,9%). Según el estudio de demanda de seguros de 2018, en Colombia solo el 30,3% de los hogares mencionan haber adquirido un producto de seguros de forma voluntaria. En muchos casos no hemos reflexionado si más allá de unos indicadores sin mucho sentido para la mayoría, contamos con los mecanismos de protección idóneos para nuestra vida y nuestros bienes.
Frente a estas bajas cifras de adopción de los productos de seguros, es importante considerar algunas hipótesis que se han encontrado en diferentes estudios de mercado, respecto a la percepción que muchas personas tienen sobre los productos de seguros, las cuales son utilizadas como una objeción en el momento en que se nos realiza el ofrecimiento de un producto de seguros.
“Pensar en protegerme, es sinónimo de atraer malas energías a mi vida”; “comprar un seguro y que no pase nada es perder el dinero”; “la letra menuda está a favor de ellos”; “prefiero ahorrar que comprar un seguro”.
Frente a la decisión de adquirir un seguro, lo único que podemos opinar es que es mejor tener un seguro y no usarlo, que no tenerlo y necesitarlo. Las compañías de seguros han entendido esta necesidad y han sumado tangibilizadores a los productos de seguros, que permiten al usuario obtener algunos beneficios que le generen valor. La idea del ahorro como sustituto de un seguro cobra relevancia para muchas personas, sin embargo, frente a eventos severos que generen grandes pérdidas económicas, puede no ser la mejor decisión.
Hoy existe una gran oferta de productos de seguros que pueden satisfacer nuestras necesidades de protección, así como de múltiples canales para su adquisición, entre los cuales se destacan los intermediarios de seguros, Bancaseguros, empresas de servicios públicos, Retailes, canales digitales, entre otros.
En el Banco W contamos con 4 soluciones de protección voluntarias para nuestros clientes microempresarios, enfocadas en algunas de sus necesidades de asegurabilidad. Ofrecemos soluciones de vida e incapacidad, hogar, accidentes personales y exequias; productos de bajo costo, con una muy buena aceptación por parte de nuestros clientes.
A cierre de 2019 se generaron 36.829 reclamaciones a favor de nuestros clientes (56% mujeres y 44% hombres), por un valor de $17.000 millones, de los cuales el 64% se trasladó a nuestros clientes o sus beneficiarios y el 36% llegó al Banco a cubrir saldos de créditos. Dentro de estas cifras también vale la pena resaltar que las coberturas más utilizadas son: muerte 41,62, daños por agua 21,10%, incapacidad total permanente 18,37%, maternidad o paternidad 5,33%, incendio o rayo 4,58% entre otros.
En la actualidad seguimos trabajando en robustecer nuestra oferta de valor en temas de protección. Queremos que nuestros clientes nos perciban como un Banco que se preocupa por su seguridad y tranquilidad, entregando los mejores productos de protección para lo que tienen, aman y valoran.